La piedra verde es el monumento natural y emblemático de La Atarazana

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No es un asteroide. Tampoco tiene su origen en un volcán. No existen vestigios de que proceda de una cantera o algo parecido, como para llegar a la conclusión de que salió de allí. 

Lo que sí es real es que debe tener entre 66 y 100 millones de años, según Jorge Guarochico, ingeniero en Geología, de la Espol, quien la examinó y midió especialmente para este reportaje. 

Simplemente es la piedra verde. Así la bautizaron los moradores más antiguos de La Atarazana, y hasta el día de hoy se la conoce así.

Se trata de una enorme roca que se encuentra desde hace unos 50 años en la esquina de la manzana H-3, en un parterre de la avenida Nicasio Safadi.

Esta masa compacta de diferentes minerales y un peso de aproximadamente 300 kilos es un ícono en esta urbanización. Es su monumento natural más importante.

No hay otro objeto que haya trascendido tanto, de generación en generación, en la historia de la ciudadela.

Existen varias hipótesis sobre su procedencia. Algunos moradores creen que apareció en el barrio luego de removerse la tierra para construir las calles o parterres. Otros manifiestan que la trajo algún vecino para colocarla a manera de asiento.

Confirmar estas versiones resultó difícil, pues las personas que podrían ratificarlas o desmentirlas ya no viven en la zona.

 

La teoría más cercana la proporciona don Franklin De la Torre Guzmán, quien reside desde hace 60 años en una casa esquinera de la manzana I-2, a unos 40 metros de donde está la piedra verde. Los detalles de su historia los describe con una seguridad y lucidez que sorprenden a sus 87 años.

De acuerdo al octogenario, la enorme roca llegó a bordo de uno de los tantos camiones que trajeron piedras para rellenar la avenida identificada con el nombre del célebre músico de origen libanés.

“Los carros desembarcaban el material y ahí arribaron varias de estas peñas. Unas fueron trituradas y utilizadas, pero estas enormes no. No había maquinarias para eso. Entonces las personas encargadas de esta tarea las dejaron en las esquinas de los postes del servicio eléctrico. Y enfatiza: “No son de aquí”.

De la Torre se traslada en segundos al pasado, sin dubitaciones. Sus palabras, sus ojos y sus gestos así lo demuestran. Añade que por las noches los vecinos salían a sentarse en estas rocas.

Manifiesta que en los exteriores de su vivienda también había una gran piedra, lo mismo a unas pocas cuadras, en la manzana I-4. Es decir, eran tres las que se asentaban en la avenida Nicasio Safadi.

En torno a la icónica verde existen varias anécdotas. Una de ellas la cuenta el periodista deportivo Carlos Fuentes (70 años), quien residió en La Atarazana durante más de una década (1967-1978).

El cronista señala que junto a sus amigos de juergas movieron dos veces la pesada roca (hasta las manzanas P-1 y L-1), pero finalmente la dejaron en el mismo sitio donde hoy se encuentra. En cambio, Consuelo Santana (62 años) recuerda que un día, mientras ella estaba sentada en esa misma piedra, su exesposo le juró amor eterno.

Allí también se reunieron, indistintamente a lo largo de estos años, decenas de personas para consumir cerveza o simplemente para charlar. No obstante, el sitio se convirtió en blanco de robos y los vecinos se alejaron. Fue el punto de referencia para encuentros de quienes llegaban a la urbanización.

Más rocas

La piedra verde es la más famosa, pero no es la única. Hay otras once de menor tamaño ubicadas en las manzanas H-3, F-4, E-4, C-1, A-4, B-3, D-1 y en los bajos del bloque 7.

El geólogo Guarochico sostiene que todas estas especies pertenecen a la Formación Cayo. Son sedimentos duros solidificados y resistentes a la erosión. Su color regular es el verde oscuro o gris verduzco y son típicas de la zona costera ecuatoriana.

El experto, que también posee un título de cuarto nivel en Perforación y Transporte de Hidrocarburos, asegura que estas piedras son detríticas del tipo grauvaca, cuya composición estructural tiene diversos minerales.

Por cuánto tiempo más permanecerán estas enormes peñas en esquinas y parterres de La Atarazana, nadie lo sabe. Lo cierto es que los habitantes de la urbanización, y quienes vivieron aquí, consideran a estas rocas como verdaderos patrimonios que forman parte de su cotidianidad y de sus vidas. (I)

Fotografías: Miguel Castro/Atarazana GO

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