La historia de José Ávalos Galarza posiblemente sea única en La Atarazana. Este guayaquileño de 49 años se encuentra en el reducido y exclusivo grupo de personas que tuvieron la oportunidad de viajar por el mundo entero.
Y no solo que conoció muchos países, también es de los pocos testigos en el planeta de uno de los momentos más fascinantes de la naturaleza. Esos instantes en que el cielo se une con el mar para transformarse en un huracán.
Pero también transitó por una zona que pocos o nadie se imagina cruzar. Ávalos estuvo en el lugar exacto donde se hundió el famoso trasatlántico RMS Titanic. Sí aquel barco de pasajeros que sucumbió tras chocarse con iceberg en abril de 1912.
Hay varias particularidades en torno a los anhelos que tuvo este atarazaneño de cepa (se graduó en el colegio fiscal Francisco Campos Coello) cuando fue adolescente. Su sueño era convertirse en futbolista o en cantante. Esto último sí lo alcanzó y terminó siendo uno de los vocalistas de la denominada Banda Blanca, además de sargento primero de la Armada Nacional.
Ávalos viajó por el mundo, conquistó mares y océanos, como el mismísimo Simbad (el famoso marino del cuento árabe), en todos los años que navegó a bordo del BAE Guayas. Su carrera como uniformado duró 23 años.
Del fútbol “Pepelo”, como lo llaman sus amigos más cercanos, demostró en las calles del barrio y en diferentes canchas de la ciudad su exquisito manejo del balón. Era rápido, pícaro, inteligente, hábil y goleador. Participó en varios torneos infantiles y para adolescentes. Algunos cazatalentos del balompié local quisieron reclutarlo, sin embargo, el sueño de ser estrella de fútbol tuvo un frenazo, por cuanto su mamá, Rosa Elvira Galarza, se opuso.
Por el lado del canto se abrieron las puertas, pero no precisamente como para convertirse en un profesional al estilo de los Parra, Mike Albornoz o Jorge Luis Del Hierro, sino más bien para ser uno de los vocalistas de una agrupación musical vinculada a la Marina.
Desde niño, José, se sintió atraído por interpretar canciones de varios de sus artistas preferidos. Empezó con temas del grupo Menudo, Parchís y otros de esa época. Nunca estudió canto ni le enseñaron a tocar la guitarra, todo lo aprendió por sí solo y con la práctica de muchos años.
Con el paso del tiempo su voz se afinó, pudo controlar la respiración, memorizar decenas de canciones, perdió el miedo escénico y esto precisamente es lo que lo lleva a ingresar a las filas de la Armada Nacional.
Resulta que un hermano de Ávalos, que trabajaba en la entidad, le dijo que había las posibilidades de enrolarse y formar parte de la Banda Blanca.
La Banda Blanca es la agrupación de músicos y cantantes de la entidad naval creada para participar en presentaciones ya sea en el país o alrededor del planeta. Esto último cuando viajan a bordo de la nave insigne del Ecuador.
José superó todas las pruebas tanto de músico, como las físicas y sicológicas que exige la Marina.
El resto fue dedicación, esfuerzo, trabajo y amor a la institución militar. Sacrificios, como el estar alejado durante muchos meses de su familia o perderse momentos importantes, entre ellos el nacimiento de segunda niña.
Ávalos, quien además es programador de sistemas informáticos, está casado con Maritza Morán y es padre de tres chicas: Génesis, Emely y Esther. Hoy, ambos administran el restaurante Buenos Amigos, que fundaron sus progenitores, don Luis Ávalos (+) y Rosa Elvira Galarza, en la manzana C-1, de La Atarazana.
Forma parte de una dinastía compuesta por ocho hermanos. De ellos, al menos cuatro son conocidos en la ciudadela: Luis, también exmiembro de la Banda Blanca; Joe, dentista, guitarrista y cantante; Pablo, quien tocó en el desaparecido grupo De Luxe; y Homero, dueño de un verdadero cañón en su pierna izquierda.
Una vida en el mar
La trayectoria de José como uniformado no solo se limitó a hacer música en la banda dirigida por el pianista Pedro Castro Silva, también cumplió su rol de militar.
Su primer viaje fue en 2001 y navegó hacia el Caribe. Luego se hizo a la mar en 2002, 2007, 2015 y 2016. Formó parte de la travesía denominada “La vuelta al mundo”.
“Este último es el viaje más importante que he hecho. Algunos compañeros que fueron llamados no acudieron, precisamente por no dejar a sus familias. Para mí fue un anhelo cumplido y, afortunadamente, tuve el apoyo de mi esposa”.
Respecto a las despedidas, sostiene que, aunque generan una mezcla de sentimientos encontrados, entre la tristeza de dejar a los seres queridos, amigos y el hogar, al mismo tiempo despiertan el espíritu aventurero que tienen los marinos.
“Joselo” rememora que a la salida de las costas ecuatorianas ocurre un hecho que siempre le llamó la atención: decenas de delfines acompañan al buque durante una parte del trayecto. “Es como una despedida que nos hacen”.
Ya en el océano, Ávalos asegura haber visto desfiles de ballenas en diferentes partes del mundo. Además tuvo la oportunidad de ver cómo se forma un huracán.
“La naturaleza es increíble y le agradezco a Dios por haberme permitido ser testigo de cosas fascinantes. En uno de los viajes pudimos ver cómo el cielo se une con el mar. A la distancia observamos el nacimiento de un tifón. Tuvimos que desviar el trayecto para no ser impactados por ese fenómeno natural”.
Asimismo, este sargento primero -hoy en servicio pasivo- navegó por el lugar exacto donde se hundió el famoso Titanic (ruta Nueva York-Belfast), hecho que conmocionó al mundo entero y causó la muerte de 1.496 personas.
“No es un lugar turístico ni hay banderas que lo indiquen. Uno sabe que está en ese sitio por las coordenadas. Cuando se está allí, uno medita y reflexiona muchas cosas. Nos toca continuar con el rumbo”.
En la nave, cuando no están ensayando con la banda, los músicos son distribuidos en los tres palos principales de la embarcación: mayor, mesana y trinquete.
“A mí me tocó estar en el mesana. Allí trabajamos con las velas en las maniobras de viento o las necesarias en caso de fuertes vientos o mal tiempo”.
Dos países sorprendieron a Ávalos en sus travesías: Catar (sede del próximo mundial) y Australia, ambos por su moderna y gigante infraestructura.
Las aventuras de este Simbad guayaquileño por los océanos alrededor del mundo llegaron a su fin. Hoy, José permanece en tierra. Aún añora el vaivén del mar y la camaradería con los compañeros, pero al mismo tiempo se siente feliz en ese puerto denominado hogar, donde sus capitanas son su esposa y sus tres hijas. (I)
Fotografías y videos: Miguel Castro/Atarazana Go