Génesis, Éricka y Priscila llegaron desde otras ciudades hasta Guayaquil. Laura es porteña. Ninguna supera los 28 años, pero todas están dispuestas a enfrentar riesgos, e incluso dar sus vidas, en defensa de los habitantes del Circuito Atarazana.
Ellas son agentes de la Policía Nacional y se prepararon durante años para ayudar a la comunidad. La de mayor rango es la subteniente Priscila Escudero, oriunda de Santo Domingo de los Tsáchilas.
Cada una decidió desde muy joven vincularse a la institución, ya sea por vocación personal o porque en su familia existen más elementos policiales.
El capitán Javier Herrera es el jefe del Circuito que abarca a La Atarazana, Bella Aurora, Naval Norte, Los Álamos, FAE, Pedro Menéndez, entre otras zonas. Este reducto cuenta con alrededor de 110 uniformados.
Las agentes que están a cargo de vigilar el sector son 8, pero para este reportaje solo comparecieron cuatro. Las otras estaban en servicio.
Dejar el seno familiar y sus ciudades de origen fue muy difícil para todas, pero el deseo de formar parte de la institución pudo más. Sus historias son muy parecidas.
De la graduación a la calle
La subteniente Escudero se graduó este año y a los pocos meses fue enviada a Guayaquil.
Desde que estaba en la edad escolar ya soñaba con vincularse a la Policía.
“Me gusta ayudar a las personas y estar pendiente de los más vulnerables. Eso es lo que me motivó para trabajar en beneficio de la comunidad”.
La uniformada de 25 años tiene muy claro que la Perla del Pacífico es una ciudad compleja, no obstante, confía en su preparación y en la de sus compañeras.
Con firmeza sostiene que el trabajo de todas está a la par con el esfuerzo que realizan los varones.
“No somos débiles. Tenemos el mismo nivel y preparación que ellos. Los hombres pueden tener un poco más de fuerza, pero nosotras siempre hemos podido”.
Escudero aún no se ha visto en la necesidad de desenfundar su arma, sin embargo, no dudaría en hacerlo si la situación lo amerita.
“No le temo a la delincuencia”, afirma con valentía; su único miedo es dejar en el desamparo a su familia.
El mayor anhelo de Priscila es llegar hasta el rango más alto que permite la institución, es decir, convertirse en generala y ocupar la Comandancia General de la Policía.
A los 14 años evitó un robo
La cabo segunda Génesis Sinche sabe lo que es enfrentar al hampa desde la edad de 14 años.
Con mucha claridad recuerda cómo evitó el robo a una tía, cuando realizaban compras navideñas en la Bahía, de Guayaquil.
“Andaba con unos familiares y de repente intentaron despojarnos de nuestras fundas. Salí en defensa de ellos y otras personas nos ayudaron”.
Mientras Génesis narra esta anécdota su rostro cambia; sus facciones se endurecen. Es como si repentinamente el enojo se apoderara de ella, tal como seguramente sucedió en aquel momento.
Tiene 6 años como agente del orden y es oriunda de la parroquia Vernaza, del cantón Salitre. Su trabajo consiste en realizar patrullajes a bordo de una motocicleta.
Calcula que tenía unos 16 años cuando ya soñaba con lucir el uniforme policial.
El hecho de ser hija única hizo que su madre se opusiera inicialmente a que formara parte de la Policía; empero, poco a poco fue comprendiendo que ese era el mayor anhelo de Génesis.
Hoy planifica estudiar Derecho, pero al mismo tiempo cuenta los días, meses y años para llegar hasta el rango de sargento.
Laura enfrentó a atracadores
La cabo segunda Laura Zapata sí sabe lo que es enfrentarse a bala con delincuentes. Lo hizo hace unos años en la ciudad de Babahoyo, en la provincia de Los Ríos.
Junto a otros efectivos policiales intercambiaron disparos con un grupo de sujetos que intentaban asaltar una institución bancaria.
No hubo bajas en las fuerzas del orden y lograron detener a los antisociales.
Cuando ocurrió el violento hecho, Laura aún era soltera y no tenía hijos. Hoy es mamá de dos pequeños, con quienes vive en el sector Las Malvinas, sur de Guayaquil.
Zapata tiene 25 años, de los cuales seis los ha dedicado por completo a la institución.
Cuando se le consulta si le da temor exponer su vida, ahora que tiene a sus dos pequeños, responde en forma afirmativa.
“Me aflige dejar a mis hijos cada mañana, pero al mismo tiempo me siento orgullosa de ser policía”.
En el caso de esta uniformada, su padre y otra hermana también forman parte de la entidad. Él se encuentra ya en servicio pasivo.
Su aspiración es convertirse en suboficial, como lo fue su progenitor, pero aún le faltan cerca de 14 años para alcanzar ese objetivo.
La carrera, lo más importante
Éricka Buñay, al igual que la subteniente Escudero, tiene pocos meses de graduada. Es oriunda del cantón Chambo, provincia de Chimborazo, y por estos días presta sus servicios en La Atarazana.
Antes de iniciar su capacitación para convertirse en policía, estudiaba en una universidad del país.
Por razones familiares y personales dejó esa carrera, entonces se enfocó en hacer realidad su otro anhelo hasta llegar a ser lo que es hoy.
En el seno del hogar son doce hermanos, uno de ellos es miembro de las Fuerzas Armadas.
Uno de los momentos que más recuerda mientras se educaba fue cuando empezó a manipular las armas.
“Al inicio no preocupa mucho porque están sin municiones, pero luego toca ponerles y a todos les da el temor de que se nos escape un tiro. Con el paso del tiempo eso es superado”.
Buñay tampoco ha tenido que usar su arma de dotación. Al igual que sus compañeras, asegura estar lista para hacerlo.
Si hay algo que tienen en común Priscila, Génesis, Laura y Éricka es que por ninguna circunstancia consideran dejar la carrera policial. Ni siquiera por motivos sentimentales.
Este grupo de agentes del orden se siente preparado para dar todo el apoyo a sus hijos en caso de que deseen seguir con la misma carrera.
Y no sería raro que las nuevas generaciones de los Escudero, los Sinche, los Zapata y los Buñay continúen el legado de la vocación de servicio heredada de sus padres. (I)
Fotografías y videos: Miguel Castro/Atarazana Go!