El talento de este residente de La Atarazana, desde hace 42 años, tiene forma de monumento de bronce y se encuentra montado en diferentes sectores de Guayaquil.
Diógenes Franco Peñafiel se educó para ser tecnólogo médico, pero la necesidad de trabajar, para sostener a cuatro hijos y a su esposa, lo hizo aprender un oficio que nunca imaginó.
Durante muchos meses buscó una plaza para ejercer lo que aprendió en la Universidad de Guayaquil, sin embargo, las oportunidades estaban cerradas.
Este porteño tenía alrededor de 30 años y dos hijos a cuestas. La desesperación estaba empezando a tocar las puertas de su hogar.
Fue allí cuando apareció, como una luz al final del túnel, su amigo y vecino Ignacio Wiesner. Fue él quien le ofreció a Diógenes laborar en un taller de fundiciones.
En ese momento, Franco aceptó la propuesta y de inmediato pasó a desempeñar actividades casi administrativas, es decir, todavía no manipulaba metal derretido.
“Empecé conociendo lo que son los materiales y con qué te vas a vincular. Uno debe saber por qué el aluminio no se liga con el bronce o cuáles son los metales ferrosos. Tuve la suerte de aprender rápido y formarme”, narra este residente de la manzana G-1 villa 12, en La Atarazana.
En ese periodo inicial, Diógenes absorbió mucha información y conocimientos de aquello en lo que posteriormente se especializaría.
Era finales de los años 90 y la crisis financiera que afectó al país y a millones de ciudadanos provocó el cierre de ese local.
La preocupación rondó nuevamente por la cabeza de Franco. Sin embargo, este artesano empírico de la metalurgia, ya había dado pasos importantes y su trabajo llegó a los oídos de quienes manejaban en ese momento el ingenio Aztra.
Gracias a su experiencia pudo fabricar, junto a su equipo, piezas importantes de las máquinas y de los vehículos, con lo cual le ahorraron muchos recursos a esa empresa azucarera.
“Ellos tenían todo el material, solo había que construir las partes y accesorios. Se detuvo la importación de repuestos”, rememora.
El ingenio y sus propietarios tuvieron problemas con el Estado. Franco nuevamente queda fuera de un trabajo estable, empero algunos escultores y artistas de la ciudad conocían de su talento a la hora de fundir piezas.
Tanto se metió en esto Diógenes que incluso desarrolló su propia técnica de fundición, la cual reduce gastos en la compra de cera, material necesario para crear las obras.
Uno de esos escultores que ansiaba trabajar con él era Luis Gómez Albán, quien le manifestó que en el medio no había personas especializadas en fundir.
Iniciaron una relación profesional y Franco también aprendió de este artista, quien falleció en septiembre de 2020.
“Gómez era profesor en la Escuela de Bellas Artes y me puso en contacto con otros escultores. Es ahí cuando empiezo a aplicar todo lo que sabía hasta ese momento. Uno de los primeros trabajos fue un monumento al expresidente Velasco Ibarra que se encuentra en la ciudadela Bellavista”, pondera.
Posteriormente, Franco es convocado para fundir los bustos que construyeron otros maestros.
El momento más importante de su trabajo como fundidor se da cuando Luis Peñaherrera Bermeo lo convoca para que construya en bronce al emblemático personaje de Guayaquil: ‘Juan Pueblo’.
Eso se dio en 2012. Peñaherrera le entregó el yeso de la figura y Diógenes se encargó de convertirlo en metal, en aproximadamente 45 días. Hoy, esa obra ubicada en los bajos de la Torre Morisca, es una de las más visitadas por turistas nacionales y extranjeros.
Pero no fue el único ‘Juan Pablo’ que fundió. También pasaron por sus manos el que está en la Plaza Rodolfo Baquerizo, frente a la sede del Guayaquil Tenis Club, y el que se encuentra en el cerro Santa Ana, entre la iglesia y el faro.
El icónico personaje que representa a la ciudad fue creado en 1918 por el artista Virgilio Jaime Salinas, pero el Cabildo porteño lo remozó en 1992 para usarlo como imagen representativa. Peñaherrera lo renovó y de ahí es que se lo funde.
Un bombero a su imagen
Un aluvión de trabajos llega a Franco y a su cuadrilla compuesta por 5 personas.
El expresidente Vicente Rocafuerte, de la calle Panamá; el escritor Nelson Estupiñán, en Esmeraldas; el exmandatario Eloy Alfaro, en Manta; y otros, llevan su firma y la de su equipo.
Sin embargo, hay uno que tiene una característica especial: el bombero rescatista que está en el cuartel de la avenida 9 de octubre y Escobedo, en el corazón de Guayaquil.
Diógenes es bombero voluntario y cuando trabajaban en la obra se dieron cuenta de que el socorrista no tenía casco. Fue entonces cuando los dueños de la efigie le dieron luz verde para que usara como molde su propio casco.
“Ese monumento tiene mi código, el 17749. Es muy valioso para mí eso. Me identifica con lo que me gusta”, sostiene.
Este atarazaneño ha perdido la cuenta de todas las piezas que fundió. Las hizo en bronce, hierro y otras aleaciones.
Sabe que eso es indestructible como el amor que puso en su trabajo.
“En la ciudad hay otras estatuas que se fabricaron en fibra de vidrio y corren el riesgo de dañarse con el paso de los años”, expresa.
Oficio de alto riesgo
Este fundidor de metales, de mediana estatura y unas 145 libras, ha sufrido varias quemaduras en los casi 15 años que se dedicó por completo a esto.
De ellas, al menos cinco fueron complejas, una difícil le ocurrió en un brazo.
“Este trabajo es muy peligroso. Se manipula metales que están a mil grados. Si te salta algo de esto en el ojo, lo puedes perder”, manifiesta.
Franco recuerda con emoción todo lo que significa este oficio en su vida. Sus pupilas verdes presentan un brillo especial cuando narra sus vivencias como fundidor de bustos y monumentos.
Gracias a su labor pudo dar la educación a sus hijos, comprar la vivienda en La Atarazana y otras cosas importantes para su hogar.
Diógenes es sencillo, franco como su apellido y cordial a la hora de charlar.
“Me siento contento de haber hecho estos trabajos. Aquí nací y he desarrollado mi vida. Lo que hice ha quedado perennizado. Me honra que mis nietos o mis hijos digan en algún momento que eso lo fundí yo”, reflexiona Franco.
Su técnica y sus conocimientos los tiene listos, en caso que le toque volver a los talleres. Extraña el trabajo y la manipulación de los metales derretidos.
Cuando pasa por una de sus obras, siempre se acerca para ver sus iniciales ‘D.F.’ Estas quedarán grabadas por siempre en aquello que una vez solo fue una simple barra o pieza de metal. (I)
Fotografías: Atarazana Go! y cortesía de Diógenes Franco