Un puma, un mono, un lagarto, un delfín, dos mariposas y una paloma ‘residen’ en un sector de La Atarazana, desde 2015.
No es que estos animales representativos de las diferentes regiones del Ecuador se encuentren cautivos en la vivienda de un vecino. Ellos forman parte de un hermoso y colorido mural construido por el maestro Carlos Swett Salas, residente de la urbanización desde hace varias décadas.
Los distintos tonos del azul, del verde, del café y otros que usó el artista porteño convierten a la obra de la manzana F-3 -a un costado del Colegio Nacional Dr. Francisco Campos Coello- en uno de los principales atractivos de la ciudadela.
Carlos, de 67 años, es hijo de uno de los muralistas más importantes del Ecuador y quizás uno de los más trascendentes de la región: Jorge Swett Palomeque (1926-2012).
Entrevistar a Swett Salas enriquece a cualquier periodista. Son verdaderas clases de cultura, de arte y de historia.
Cada anécdota que cuenta sobre su trayectoria, con esa voz áspera y mucha firmeza, es interesante. Tanto que la conversación para realizar este reportaje se extendió por casi 180 minutos.
El mural de los animales tiene una historia que gira en torno a don Jorge y a unas vecinas de apellido Castelló que instalaron una guardería junto al domicilio de los Swett.
En todos esos entrar y salir de su casa, Carlos se percató un día que aquel espacio para cuidar a los niños del sector tenía el nombre de su progenitor.
“Por casualidad me enteré de eso. Nadie me lo había comunicado. Don Félix Castelló, padre de estas chicas, fue amigo de mi papá y de nuestra familia. De repente, me encuentro con esta novedad. Me quedé sin palabras. La piel se me erizó porque era algo que no esperábamos”.
Es entonces cuando Carlos, de bigote canoso y una pequeña melena ensortijada, toma la decisión de construir el mural en la pared contigua a la guardería.
“Nosotros teníamos ese espacio disponible. Un día mi esposa me dijo que la pinte porque estábamos haciendo adecuaciones para los dormitorios de mis hijos. Ahí es cuando decido hacer un mural”.
Swett pensó inmediatamente que su obra debía ser una contribución para la comunidad, pero al mismo tiempo un trabajo a manera de agradecimiento para las dueñas del centro de acogida infantil.
Ya se había percatado de la importante clientela de la guardería y de la gran cantidad de niños que llegaban a ese sitio. Así que esos factores incidieron también en la obra a realizar.
Esta vez Carlos no hizo un boceto como en los demás proyectos, solo los dibujó en el papel. Luego habló con su personal y en 10 días estuvo listo el trabajo.
“Los pequeños que salían de la guardería se quedaban contemplando a los animales y preguntaban a sus padres. Generó no solo distracción, sino también un aprendizaje para ellos”.
La guardería ya no existe desde hace varios años, sin embargo, el mural se mantiene ahí. Hace unas semanas, varias fichas que se habían despegado fueron colocadas nuevamente.
La técnica empleada
“Este tipo de trabajos en mosaico se lo hace en el taller y en un papel grueso del tamaño de la pared donde se lo va a colocar. Se pegan las fichas una a una y se arma el dibujo. De ahí se recorta y se viene a colocar con cemento”.
El dibujo con las respectivas fichas -explica el maestro Swett- se lo hace al revés. Es decir, la figura que va a la izquierda en el muro debe estar armada en el papel a la derecha y viceversa.
El estilo que usó el artista guayaquileño es el naif, palabra francesa que en español quiere decir: arte ingenuo. El principal exponente es el galo Henri Rousseau (1844-1910).
Las coloridas piezas que se emplean son de mosaico vítreo, el cual se fabrica con una arena especial y se la introduce en hornos. Una vez soldificada la masa salen los cuadros. Las planchas tienen un tamaño aproximado de 33 por 30 cm.
“Hay antecedentes históricos que esto se usó mucho antes que Jesucristo aparezca en el mundo. En ruinas de Pompeya y Turquía han sido hallados mosaicos. También se emplearon pedazos de cuarzo en esas épocas”.
Sueña con otra obra
El domicilio del maestro Swett se encuentra frente a una de las paredes laterales del Colegio Dr. Francisco Campos Coello.
Él, su familia y los transeúntes han visto como la tapia es rayada y manchada por personas desaprensivas.
“Hace dos años, el Municipio arregló la calle y mejoró el aspecto del sector. A mí me gustaría hacer otro mural en esa estructura, pero empleando una técnica distinta”.
A su criterio podría apelar al uso de la cerámica troceada y diseñar algo relacionado a la naturaleza.
“Quisiera que el vecindario se involucre e incluso participe en la colocación de los azulejos”.
Dibujar, su primera pasión
Swett Salas nació en 1954 y se educó en el colegio Americano. Desde su niñez dibuja y hasta ahora no ha parado de hacerlo.
La primera persona que se dio cuenta de esa cualidad fue su mamá, Piedad Salas. Para esto, su papá ya era un reconocido muralista, arqueólogo y escritor.
En la escuela, Carlos era el dibujante del salón de clases. Hizo caricaturas de sus profesores y amigos.
También fue convocado por sus maestros para crear pancartas y similares.
“Cuando terminé el colegio, mi padre me dijo que sabía dibujar, era buen alumno y sabía matemáticas. Me sugirió que estudie arquitectura”.
Efectivamente -afirma Swett- siguió la recomendación de su progenitor y estuvo por dos años en la Universidad Católica de Guayaquil, pero no concluyó la carrera porque a los 21 años empezó a construir sus primeros murales.
Pasó por la Universidad Central de Quito y la Estatal de Guayaquil, donde finalmente pudo egresar a la edad de 30 años.
Los primeros murales
En sus tiempos libres o en las vacaciones, el entonces joven Carlos Swett acompañó a su padre hasta los diferentes sitios donde tenía que ejecutar ciertas obras.
A la edad de 15 años observó la construcción del mural que se encuentra en el Museo Municipal.
Es entonces cuando don Jorge le plantea que le “aumentaba el monto de la mesada” a cambio de que lo ayude en los trabajos.
Carlos no dudó en sumarse a las obras y se convirtió en lo que él mismo califica como: “pasador”, es decir la persona que le llevaba los materiales a los albañiles que laboraban con su progenitor.
Esto le permitió aprender la manera correcta en que debe desplazarse en los andamios, los cuales eran construidos de caña en esa época.
“Me gustaba lo que hacía. Me interesé en el arte. Antes había estado en otras obras de mi papá, pero solo de mirón”, expresa entre risas.
Así es como aprendió la técnica y empezaron a surgir los primeros clientes. Uno de ellos fue un habitante de las Lomas de Urdesa que le pidió unos delfines y unas olas para una piscina.
Con el paso de los años creció el número de personas interesadas en sus murales, lo mismo instituciones públicas que querían sus obras.
Hoy, su hijo mayor, Carlos Andrés es quien le sigue los pasos. Es casi como su historia con don Jorge.
Un hippie con mucho humor
A más de ese talento que tiene el maestro Swett para construir sus obras, también es dueño de un gran sentido del humor.
Son incontables las ocasiones que, durante la entrevista, apeló a la jocosidad para contar sus historias. Y esto aumenta cuando se refiere a su esposa, de quien dice: es la que manda en la casa.
Carlos no solo es muralista, también es rockero de la vieja guardia. Sus ídolos son Los Rolling Stones, pero es fanático de Los Beatles y de Led Zeppelin. Esto se le “pegó” en el colegio Americano.
Pudo ser testigo de la histórica presentación del grupo de rock folk América, en el Coliseo del Centro Cívico, y de la banda de hard rock Bon Jovi, en Quito.
Fue coleccionista de discos, sin embargo, muchos se le perdieron con el paso de los años. Le gustan los libros sobre temas científicos, así como los de ciencia ficción. Está seguro que si no hubiera sido arquitecto y muralista sería hoy un hippie.
Es crítico del sistema y de la inseguridad que afecta al país. Fuma y lo hace, una y otra vez, mientras dura esta entrevista.
Su norte, como él mismo dice, no es tener una fortuna, sino trabajar mientras tenga fuerzas.
“Solo me gustaría tener lo suficiente para escuchar música, adquirir unos libros y colgar una hamaca para acostarme”.
Al interior de su hogar existen un sinnúmero de obras hechas en cristal vítreo y también con otras técnicas.
El legado del atarazaneño Jorge Swett trasciende en dos generaciones: su hijo Carlos y su nieto Carlos Andrés. Sus trabajos son admirados por propios y extraños en el Puerto Principal.
Las obras de los tres quedarán inmortalizadas en distintos sitios de Guayaquil. Ellos ya forman parte de la historia de la ciudad (I).
Fotografías: Atarazana Go!