La mañana del domingo 22 de octubre de 1989, un sol canicular asfixiaba a Guayaquil. Era un día de descanso y muchas familias permanecían aún dentro de sus casas.
En el cielo aviones de combate de la Fuerza Aérea Ecuatoriana (FAE) realizaban maniobras, con motivo de recordarse el aniversario número 69, de la creación de esta rama de las Fuerzas Armadas del Ecuador.
A las 11:55 todo cambió. Un poderoso estruendo remeció a la ciudadela y los habitantes entraron en pánico general. Parecía un terremoto.
Un Jaguar del Ala de Combate No. 21, piloteado por el capitán Eduardo Arias, cayó sobre varias viviendas en la manzana D-4.
Fueron momentos de horror. La gente no atinaba a comprender lo que pasaba. Una histeria colectiva se apoderó de los residentes de esa zona y de sectores aledaños.
Un grupo de moradores que se encontraba a pocas cuadras del hecho corrió hasta el lugar del desastre, con el fin de prestar auxilio.
Nada se pudo hacer. El fuego y el propio impacto del jet lo destruyeron todo.
El saldo trágico de este incidente fue una decena de personas fallecidas, entre ellas menores de edad.
La Atarazana se vistió de luto. Miles de guayaquileños llegaron a la urbanización para constatar el desastre.
El nombre de la urbanización dio la vuelta al mundo. Noticieros de todo el planeta se hacían eco de lo sucedido en el Puerto Principal.
Al interior de la ciudadela, muchas familias lloraban por la manera en que perdieron a sus allegados.
Juan Carbo Calderón, vecino de la manzana B, fue uno de los testigos de la peor tragedia que se registra en la ciudadela.
Él, que en esa época tenía 25 años, se encontraba en el parque de La Concordia junto a un grupo de amigos.
“Estaba charlando como de costumbre con ellos. De vez en cuando mirábamos hacia el cielo, pero jamás imaginamos que esto iba a suceder”.
Carbo, quien reside en Italia desde hace unos 17 años, fue contactado por Atarazana Go! para que narre lo que vio esa mañana del 22 de octubre.
“Fui uno de los primeros en llegar. Avancé directo a la casa de un amigo, pero el primer problema que encontré es que la puerta estaba con sus respectivos seguros. Después se produjo una explosión y muchas cosas volaron alrededor mío y de otras personas que se hicieron presentes”, recordó.
Juanito, como lo llaman sus amigos más cercanos, pudo ver la salida desesperada del abogado Francisco Auz, uno de los sobrevivientes del siniestro. El jurista se encontraba en ese momento dentro de su domicilio. Sufrió quemaduras en la espalda y parte de su cuerpo a consecuencia del accidente de la nave.
Carbo Calderón afirma que no le quedaron secuelas sicológicas luego del percance del Jaguar, a pocas cuadras de donde él se encontraba.
“Me dio mucha tristeza por la gente que falleció. Conocí a todas las víctimas, pero no sufrí trastornos posteriores”.
Juan llegó a La Atarazana en 1967, cuando apenas tenía 3 años. Su niñez y su juventud la compartió con vecinos del sector.
“Sentí que el suelo me absorbía tras el impacto de la aeronave”
Junto a su familia residió frente a la puerta principal de la iglesia del Señor de la Buena Esperanza.
Él, aún eleva sus oraciones por aquellos amigos y conocidos que murieron ese fatídico día.
No los ha olvidado, los conserva muy dentro de su corazón. (I)
“La mitad del cuerpo del piloto cayó en la casa de mis padres”
Nota: La Portada y las fotografías son reproducciones de páginas de los diarios EXTRA, El Universo y El Telégrafo