Para entender los graves riesgos que hay detrás de la violencia digital, basta con exponer dos ejemplos sucedidos en el país y que fueron analizados en un foro.
En el primer caso, un jugador de fútbol de un equipo guayaquileño fue acosado e insultado en las redes sociales por su bajo rendimiento. Incluso hubo amenazas de agredirlo. Lo que sus críticos no sabían es que la esposa de este deportista estaba muriendo día a día por un cáncer.
El otro caso se registró en octubre de 2019, cuando el país fue escenario de manifestaciones indígenas en rechazo al gobierno de Lenín Moreno.
Periodistas arremetieron en sus cuentas de Twitter contra los aborígenes y sus dirigentes. Hubo mensajes raciales, insultos y expresiones de odio. Más allá de la simpatía o no de la causa por la que protestaban los indígenas, en todo el territorio nacional se despertó un sentimiento generalizado de discriminación hacia ellos.
Estos fueron algunos de los casos que se expusieron, en días pasados, durante un conversatorio organizado por el Movimiento No Violencia Ecuador, en la Universidad Casa Grande. Esta organización no gubernamental es liderada por el activista Víctor Huerta Jouvín, quien promueve estas iniciativas por la paz, tras ser víctima de un secuestro en 2020.
Representantes de la Defensoría del Pueblo, del Instituto de Neurociencias de la Junta de Beneficencia de Guayaquil, de Acorvol, del movimiento LGBTI, profesionales de diversas áreas, educadores y estudiantes universitarios analizaron el impacto de la violencia digital en la sociedad.
Los experimentados comunicadores Ingrid Estrella y Héctor Córdova, así como Cecilia Viteri, jefa de Docencia e Investigación del Instituto de Neurociencias; y el médico Carlos Orellana, director técnico de ese mismo organismo, pusieron en perspectiva —desde sus ámbitos profesionales— el impacto de la violencia digital.
El rol de los medios y la ética
El papel de los medios de comunicación y de los periodistas, respecto a la violencia en las redes sociales, fue el tema que abordó Ingrid Estrella, doctora en Comunicación por la Universidad de Málaga.
A la también exreportera de diario Expreso y del canal Ecuavisa, le preocupan tres aspectos: el uso irresponsable de las redes por parte de ciertos comunicadores, la participación de estos en el linchamiento mediático digital a distintos actores de la sociedad y la falta de verificación sobre determinadas informaciones.
“Los periodistas desempeñan un papel crucial en la sociedad, al informar y analizar eventos o problemas. Sin embargo, también tienen una gran responsabilidad en la forma en que gestionan sus actividades en línea. Algunos pueden contribuir involuntariamente a la violencia”.
Respecto al rol de los medios, en primer lugar, les recordó a los presentes que son empresas con fines de lucro, pero que en la parte periodística caen —en algunos casos— en el sensacionalismo, porque vende; en la desinformación, al publicar noticias falsas o no verificadas; asimismo, incurren en el fomento de comentarios provocativos, lo cual conlleva a la violencia verbal y el acoso en línea.
En su análisis, de casi una hora, la educadora de la Facultad de Comunicación Social apela a la rigurosidad de la ética profesional como una posible solución.
Del mismo modo, es partidaria de que se fomente la educación mediática en los planteles, así como una actuación responsable de quienes usan las plataformas digitales para promocionar contenidos.
Por su parte, Héctor Córdova, periodista y magíster en Comunicación Organizacional, expuso —entre otras cosas— sobre el ascenso que experimentan en sintonía los medios alternativos (digitales) y las redes sociales, frente a la caída estrepitosa de la televisión y los medios impresos.
“Gracias a las redes nos enteramos con rapidez que hubo un paro indígena o que se produjo en enfrentamiento entre el alcalde Aquiles Álvarez y la comunidad GLBTI”.
Asimismo, el otrora reportero de diario El Universo y del canal Teleamazonas cuestionó el comportamiento de los ciudadanos cuando comparten imágenes o videos, como el de la pareja de jóvenes que tuvieron relaciones sexuales en la Aerovía.
“El acto de ellos es una cosa, pero que las personas lo compartan y lo difundan es otra. El hacerlo solo abona a la violencia digital”.
Rememoró también como ejemplo la muerte de la cantante Sharon y la falta de escrúpulos demostrada por quienes difundieron gráficas de su cuerpo atropellado.
“Por hacerlo viral o hacerse el chistoso, alguien tomó las fotos de ella y las compartió. Eso provocó una serie de comentarios acerca de la vida personal de la artista”.
Tanto Estrella como Córdova hicieron sendas reflexiones y llamados a la conciencia de los presentes, sobre el adecuado uso de las redes y del material que les llegan a sus celulares o computadoras.
La perspectiva médica
El cierre de las exposiciones en el taller por la No Violencia Digital estuvo a cargo de Cecilia Viteri y de Carlos Orellana, del Instituto de Neurociencias.
Viteri ponderó la organización de estos eventos, ya que permiten el contacto con la comunidad y a la vez difundir tratamientos o terapias para ayudar a las personas que han sido víctimas.
Orellana, médico psiquiatra y psicólogo clínico, manifestó que los galenos también son víctimas de la violencia en los hospitales.
Recordó que la agresividad o la conducta violenta son innatas del ser humano.
“Es un componente normal de las personas. La educación, la enseñanza y la cultura se han canalizado precisamente para impedir la violencia del hombre”.
El también director técnico del Instituto de Neurociencias se refirió al miedo con el que vive la sociedad de hoy, por la inseguridad en las calles del país.
“Hay miedo cuando se habla de una amenaza real, y hay ansiedad cuando es de una amenaza que puede venir. Ambas emociones las tenemos todos”.
La mejor manera de comprobar esto —según el galeno— es observando el actual incremento en la venta de medicamentos psicotrópicos en Ecuador.
El conversatorio fue muy interactivo. Los asistentes formularon preguntas y los panelistas les respondieron con argumentos.
Al mediodía, el evento llegaba a su fin con un mensaje claro para todos los presentes: evitar la violencia digital (y de todo tipo) es una responsabilidad compartida. (I)
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