Son las 23:00 y la mayoría de ciudadanos ya duerme o se apresta a descansar. De repente, cuatro fuertes y extendidos pitazos interrumpen el silencio que reina en el barrio.
Es don Paulino Mina Nazareno, quien empieza su recorrido por las calles y veredas de las manzanas D-1, F-1, F-2 y F-4 de La Atarazana, en donde cumple las funciones de guardia desde hace unas 4 décadas.
“Don Mina”, como lo llaman vecinos y conocidos, aprendió el oficio en la calle, a punta de coraje y en defensa de los más débiles, pues nunca hizo el servicio militar ni se entrenó en alguna empresa de seguridad.
Una estatura de 1,85 m y unos intimidantes puños de respetable tamaño son sus “cartas credenciales” para mostrarle a cualquier desadaptado que ronde por el sector, ubicado a una cuadra del hospital maternidad Alfredo J. Paulson, de la Junta de Beneficencia de Guayaquil.
Paulino, de 69 años, es oriundo de Esmeraldas, de una zona conocida como Santa Rita. Allí, junto a sus padres y 10 hermanos, se dedicó a la siembra de plátano, piña, caña de azúcar y otros productos.
Cuando llegó a la mayoría de edad tomó la decisión de abandonar su lugar natal para probar suerte en Guayaquil. En las ciudadelas Las Acacias y Las Terrazas, al sur de la urbe, empezó el oficio de celador.
“El trabajo se terminó por allá y decidí venir a La Atarazana. Nunca más me fui. Me quedé aquí hasta ahora y no creo que vaya a buscar otro sitio”.
No cuenta con un sueldo fijo. Sus ingresos dependen de la buena voluntad de los vecinos a quienes les cuida sus viviendas o los vehículos. “Al menos 40 o 50 dólares me hago por semana, pero eso no me alcanza. Ojalá más personas pudieran contribuir conmigo”.
Paulino aseguró que ha tenido pocos incidentes en la calle. El último fue con un muchacho alevoso en el parque, que es como su centro de operaciones. Por fortuna, en aquel episodio no hubo consecuencias mayores y hoy, como cada noche, él continúa cumpliendo con su labor de custodiar la zona. (I)
Fotografías: Jonathan Miranda / Atarazana Go