A una cuadra de la avenida más importante de Guayaquil, decenas de seres de otro planeta están agrupados en una vivienda.
Han llegado desde distintos lugares y tienen diferentes formas.
En su mayoría pertenecen a la misma especie: antropoformos biológicos de categoría extraterrestre parasitoide, sin embargo, también hay un grupo de cazadores de seres humanos.
Es decir, se trata de una legión proveniente de las películas Alien y Depredador.
Pero no, estimado lector, no se asuste. No estamos anunciando una invasión de seres del espacio o algo parecido.
Lo descrito corresponde a la afición del guayaquileño Pablo Solís Cevallos (47 años), quien colecciona muñecos originales de los filmes Alien (1979) y Depredador (1987).
La estación extraterrestre se encuentra en el domicilio de este fan de ambas producciones de ciencia ficción, ubicado en la avenida 9 de Octubre y José de Antepara. Aquí reside junto a su esposa Shirley y sus dos hijos.
Con el grupo familiar habitan: 84 depredadores, 55 aliens y 34 figuras varias.
En este lugar también funciona un centro de fotocopiado y de servicios de diseño gráfico, cuyo propietario es el mismo Solís, fiel seguidor de estos célebres monstruos espaciales.
En Lima nació la afición
Hace unos seis o siete años, Solís tomó la decisión de viajar de vacaciones junto a su familia a la capital peruana.
En medio del paseo, que tenía también como objetivo comprar ropa para todos, visitaron el centro comercial Arenales. Este lugar es famoso porque todas sus tiendas ofertan muñecos de la cultura anime, ciencia ficción, superhéroes y similares.
“Siempre me han gustado las películas de ciencia ficción. Hay algunas que las he visto una y otra vez, pero nunca me sentí atraído por sus figuras, hasta que llegué a este lugar. Cuando vi de cerca los juguetes de los personajes me impresionaron los detalles, los acabados y colores. Ese mismo día hice mi primera compra de siete muñecos de Alien y de Depredador. Invertí $ 120”.
El gasto —no contemplado en la agenda— sorprendió un poco a su esposa, pero lo comprendió. Ella lo vio como algo para adornar la oficina.
Lo que Shirley no sabía es que en ese instante había nacido la afición de su esposo por coleccionar esta clase de figuras.
Posteriormente volvieron a tierras peruanas en al menos cinco ocasiones más. El presupuesto ya no se dividió solo en alimentación, hospedaje y adquisiciones para la familia, sino también para la compra de más modelos a escala, de dos de los extraterrestres más famosos de la historia.
“En el quinto viaje invertí mucho más. Esta vez había investigado respecto a determinados modelos y otras cosas. Conversé con mi esposa y le expliqué que me gustaba esto y que por favor me comprenda. Lo entendió y luego seguí aumentando mi colección”.
Solís no ve su pasatiempo como un gasto banal. Él lo visualiza mucho más allá de eso.
Explicó que compró figuras valoradas en $ 25, pero hoy fácilmente se las puede comercializar en $ 60 y hasta en $ 125.
“Si en algún momento ya no estoy, ella puede venderlos y obtener más de lo que invertí. Hay personas dispuestas a pagar bien por muchos de los modelos que tengo y que escasean en el mercado”.
De todas las figuras que posee el 75% fueron adquiridas en Perú y el 25% restante en Colombia.
Los muñecos de Pablo están en un lugar especial de su domicilio. Todos están perfectamente ordenados, muchos en sus cajas originales. Además, tiene accesorios relacionados a estos míticos personajes.
Restaurador de juguetes Tonka
En el mismo espacio donde están las criaturas extraterrestres existe también un inusual taller, en el que se reparan camiones y volquetas a escala de las famosas marcas Tonka y Nylint.
Solís también es coleccionista de estos vehículos de juguete, que vieron la luz en las tiendas del mundo allá por mediados de 1950.
En su morada posee 125 camiones, camionetas y más. Su apego nació en cierta ocasión cuando llegó a sus manos un vehículo Tonka, completamente deteriorado.
“Pensé por cuántas manos de niños habrá pasado este juguete y cuánta felicidad les generó. Entonces tomé la decisión de restaurarlo. El trabajo fue similar al que se hace en realidad con los carros en un taller mecánico”.
Pablo comenzó a investigar y a capacitarse acerca del uso de pinturas y de materiales de restauración.
“Todas las piezas son desmontables y se las puede enderezar. La lata es igual a la de los vehículos reales. Hasta me compré una pequeña máquina para sacar los remaches”, cuenta entre risas.
A uno de sus hijos se le ocurrió filmar todo el proceso de restauración del carro y crear un canal de YouTube para subirlo.
Jamás imaginaron en la familia que, a raíz de esa decisión, otros coleccionistas de Tonka en la ciudad acudieran a Pablo para pedirle que les repare sus juguetes.
“No he sido una persona de muchos amigos o muy sociable, pero desde ese momento todo cambió. Me preguntaban si los vendía o los intercambiaba. Reparar uno de estos carros implica invertir entre $ 25 y $ 30 en materiales. La mano de obra es aparte y depende del año. Me puedo tomar una semana y darle cuatro horas a un camión”.
La fórmula “secreta” de Solís para lograr un resultado impecable y satisfactorio en esta ardua tarea consiste en aplicar 50% de amor, 30% de voluntad y 20% de pasión.
Al momento, Pablo ha dejado 50 unidades como nuevas.
No es que este guayaquileño con estudios en Sistemas y en Diseño Gráfico haya vuelto a su niñez, simplemente descubrió una pasión que quizás se mantuvo oculta por algunos años.
Es posible que continúe comprando más aliens y más depredadores en cualquier momento, como también enderezando y pintando carros Tonka y Nylint. Ya eso forma parte de su vida. (I)
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