Quienes transitan a diario por la avenida Plaza Dañín de seguro han notado un pequeño chifa del lado de la ciudadela La Atarazana. Su letrero pasa casi que desapercibido en el trajín de la zona.
Pero más pequeño todavía es un cartel en el que se indica que en el sitio hay una academia de kung fu. Pese a que no tenga mayor publicidad, todos en el sector conocen a Guo Jin Xiang, nacido hace 59 años en la localidad china de Guangzhou y que día a día se esfuerza por compartir su cultura con los habitantes de la zona.
Radicado en Guayaquil desde 1984, es amante del seco de gallina y dice que el encebollado “es chévere”. Ama a Ecuador y a su gente, la que -afirma- lo acogió como uno de los suyos desde el primer día. Su español es entrecortado, pero eso no le impide mantener un diálogo con quien se le acerque. Es raro no verlo con una amable sonrisa.
A los 22 años dejó su tierra para emprender viaje a Ecuador, país del que había escuchado maravillas de un amigo, David Cheng, con quien había practicado kung fu desde su niñez. El entusiasta joven pisó suelo guayaco el 25 de abril de 1984. Trabajó desde el primer día con su amigo David en un chifa ubicado cerca del Policentro, sin descuidar el kung fu y el taichi, artes milenarios que son parte de su ADN.
De sus primeros meses en el país recuerda: “Un día me invitaron a una gran fiesta en el Chifa China (estaba ubicado en Pedro Carbo y 10 de Agosto) y David le dijo al dueño del establecimiento que yo practicaba kung fu desde pequeño. Entonces el señor quería que yo diera una exhibición de algo poco conocido”.
Ese día mostró la técnica del abanico de hierro, de 108 movimientos, un estilo tradicional. “Aquella ocasión, muchos chinos vieron ese estilo por primera vez. El dueño del restaurante me dijo que ya no trabajara en el chifa de David y que podía ganar mucho dinero con una escuela de kung fu, pero yo no hice caso”.
Empezó a dar clases de kung fu a pedido de miembros de la colonia china en Ecuador. Los hijos y nietos de esta organización no conocían este arte marcial y le pidieron que les enseñara. “Solo daba clases a un grupo de amigos, en sus casas”, dice Jin Xiang, quien en 1993 se mudó a La Atarazana y alquiló la casa donde todavía siguen vigentes su chifa y academia de kung fu. En 1995 compró la propiedad.
El maestro Colón (nombre que le dieron sus amigos por ser una mezcla de su apellido -se pronuncia Cuo- y de long, por la serpiente) vio desde su llegada que el taichi chuan podía ayudar mucho a los ecuatorianos. “Mi objetivo es que se lo pueda practicar por todo el país”.
Sobre cómo decidió dar clases a la ciudadanía en general, cuenta que en 2004 practicaba en el Malecón 2000 y en una ocasión una familia se quedó observándolo. “Allí había una chica en silla de ruedas que cuando terminé me dijo: ‘Si yo no estuviera en esta silla, quisiera practicar lo que tú haces’. Con el pasar de los días inventé el taichi en silla de ruedas”.
Para adaptar esta disciplina, se sentó en una silla frente a un espejo y empezó a practicar movimientos. Esta variante consta de 18 posiciones, con movimientos de la cintura para arriba. “Pero no solo se mueven las manos, sino que se hace mucho trabajo con chi kung (trabajo de energía), para mejorar la salud y el estado de ánimo de las personas en silla de ruedas”.
El plan del maestro es entrenar a dos personas por cada provincia para que luego ellos abran un centro de taichi en cada localidad. “Me gustaría que esta disciplina se practique en la zona rural, que se extienda por todo el país. No me interesa ganar mucho dinero con el taichi… yo compré mi casa con mi trabajo en el chifa. Yo quiero que el taichi sea parte de la cultura de los ecuatorianos”.
Su influencia en las nuevas generaciones se ve reflejada en el entusiasmo que le pone en las prácticas el pequeño Franco Constantino Garabito, de 8 años. “El maestro Guo es muy bueno, trabaja mucho. Hace que mi hijo utilice bastante la mente, que no sea agresivo. Él está asimilando todo muy rápido. Esta disciplina hace que sea muy productivo en los estudios”, expresa Alessandro Garabito, padre de Franco. (I)
Fotografías: Jonathan Miranda / Atarazana Go