Su reino no tiene más allá de tres metros cuadrados y se ubica en los bajos del bloque 4 de La Atarazana, al pie de la avenida Carlos Luis Plaza Dañín.
Sus dominios llegan hasta las ciudadelas FAE, Los Álamos, Bella Aurora e incluso a las urbanizaciones que se encuentran en la vía a Samborondón. Pues hay muchos clientes de este último sector que se detienen a comprar en su local, antes de tomar la avenida Pedro Menéndez Gilbert para llegar a sus casas.
El “rey” de esta historia es Omar Jaramillo, quien tiene 32 años dedicados a la venta de hamburguesas asadas, en el mismo sitio donde todo empezó.
Lo que arrancó como un negocio de un joven entusiasta de 20 años está a punto de convertirse en una franquicia que derivará en la apertura de un local en la ciudad de Portoviejo, en la provincia de Manabí, donde reside su hija Evelyn. La decisión está tomada y los trámites para patentar su marca avanzan.
A finales de los 80, Jaramillo se había graduado en el colegio fiscal Aguirre Abad y soñaba con tener los recursos para satisfacer sus necesidades, en un hogar donde también había cuatro hermanos.
Es entonces cuando decide montar el negocio. La referencia era el éxito que tenía Doña Vicha, una señora que vendía hot dogs, papas rellenas y hamburguesas, en una esquina de lo que hoy se conoce como la avenida Nicasio Safadi.
Omar marcó la diferencia y se planteó ofertar hamburguesas, pero asadas. El objetivo era evitar el exceso de aceite en la carne. Eso era una novedad en el medio. Con la certeza de que sus clientes serían sus amigos más cercanos, nunca tuvo el temor de la primera venta.
La atención siempre fue en la noche y el día libre, el martes.
La carretilla que usó en ese entonces le costó cerca de 65.000 sucres y para financiarla organizó la rifa de un teléfono inalámbrico. Con el paso de los años llegó a tener hasta tres estructuras similares. Cada una de ellas con mejoras, en relación a la inicial.
En su mejor momento, este guayaquileño de 53 años llegó a comercializar hasta 400 hamburguesas por semana.
Pero no todo fue éxito y felicidad, pues una ordenanza municipal que dispuso el retiro de carretillas y kioscos de la vía pública lo dejó sin piso. Al igual que él, millares de personas de la ciudad tuvieron problemas.
Finalmente, la disposición fue reformada y volvió a la vereda de la avenida Plaza Dañín.
En una época “Omar Burger” combinó su trabajo nocturno con el comercio exterior, pues había egresado de la universidad en esa carrera. Sin embargo, la modernización de los trámites aduaneros y la eliminación de los documentos físicos significaron una segunda mala jugada para la vida de Jaramillo.
Es entonces cuando apuesta todo su potencial y recursos a lo que más ama: preparar hamburguesas.
Hace dos años consiguió que el Municipio lo ubique en uno de los locales que construyó en el sector. Omar tomó eso como un reto y modificó todo lo que había hecho antes.
En primer lugar, se puso un uniforme, cambió las materias primas y aumentó el tamaño de sus productos. Además, le dio un giro a la presentación de las distintas variedades que ofrece.
La pandemia también fue un golpe. Así, estuvo cuatro meses sin trabajar hasta que decidió asar en casa y entregar a domicilio. Las normas de bioseguridad las aplica estrictamente. Los ingresos regresaron a las arcas de este porteño, aunque todavía no en la magnitud de antes de la emergencia sanitaria.
Jaramillo está seguro de que continuará haciendo lo mismo hasta cuando el destino se lo permita. Desde hace dos años también ejerce la abogacía en el libre ejercicio. Aspira a especializarse en derecho constitucional.