Son las 7 de la mañana y en el parque de La FAE ya hay un intenso movimiento.
Por un lado, adultos y jóvenes de todas las edades caminan, trotan o corren en la pista atlética; y, por el otro, unas 25 damas de la urbanización bailan merengue, salsa, reguetón, bachata o cualquier género junto a un instructor.
No se trata de una fiesta al aire libre, más bien son las jornadas de bailoterapia que se realizan desde hace más de 9 años, en una de las canchas de este escenario.
En la noche, a las 19:00, se repite la escena, pero con un grupo más pequeño de ciudadanas y con menos tiempo de trabajo en el sector.
A esta hora, se combinan los pasos de baile con ejercicios funcionales, focalizados y de estiramiento.
Lo cierto es que en ambos casos los objetivos son los mismos: mejorar la salud, ganar energía, bajar de peso y, si es posible, de medidas también.
Carmita, la fundadora
Desde hace 28 años, la señora Carmen Salinas y su familia residen en La FAE.
Ella siempre estuvo vinculada al baile y a la actividad física desde su época juvenil y en su adultez. Así pues, transitó por diferentes escuelas y academias de la urbe.
Hace aproximadamente 9 años formó parte del comité barrial presidido por Pablo Molina, en calidad de tesorera. Fue Luis Williams, compañero del directorio de ese entonces, quien le sugirió que organizara la bailoterapia en la ciudadela.
“Montaron una plataforma y le dijeron a un joven llamado Frank Guerrero para que enseñe en el barrio. En ese momento era la única para trabajar. No había nadie más”, rememora.
Entre risas, Carmita (como le dicen sus amigas) aseguró que sentía vergüenza de bailar sola tan temprano y muchas veces pensó en abandonar las rutinas.
“La gente pasaba en los carros y me veía. Quizás pensaban que estaba loca”, sostuvo.
Lo que Salinas no se imaginó es que a las pocas semanas se integraron unas 35 personas de la urbanización.
Cerca de 5 años danzaron y se ejercitaron con Guerrero, en medio del ir y venir de las vecinas.
“El ejercicio me da mucha energía y me llena de positivismo. En la época más crítica de la pandemia, perdí a mi madre. Me sentí muy deprimida, sin embargo, tomé la decisión de integrarme otra vez y ahora me siento mejor”.
En el grupo de Carmita hay cuatro fundadoras de la bailoterapia. Una de ellas es Leticia Coronel, de 61 años. Esta periodista de profesión reside desde hace más de cuatro décadas en La FAE.
Reconoce que no le gustaba mucho ejercitarse, pero el baile es su pasión.
Incluso en su armario no había zapatos deportivos, ya que siempre se acostumbró a usar plataformas.
“Me sumé a esto por dos razones: bailo y al mismo tiempo hago ejercicios. Además, tuve una enfermedad compleja y los médicos me recomendaron más actividad física. Llevo 9 años trabajando con el grupo”, precisó.
Leticia asegura que una vez concluida la jornada todas se sienten con ánimo y alegría.
“No solo se trata de estar en forma y bajar de peso. En mi caso, la concentración mejoró”.
Las nocturnas
Doce horas después de que empieza la rutina matinal, arranca la nocturna. En este horario, alrededor de una decena de vecinas acuden al parque para efectuar diferentes ejercicios.
Con menos calor y el viento de la noche, la práctica de los ejercicios se desarrolla en un ambiente más fresco.
Una pareja de instructores es la encargada de guiar a las damas en todas las fases, es decir, desde el estiramiento inicial, los movimientos de cabeza, tronco y extremidades hasta el baile, la relajación la respiración y el estiramiento final.
En este grupo están la ingeniera en Agronomía, Martha Cecilia Pimentel, de 50 años; y la diseñadora de interiores, Yucsi Cedeño, de 48.
La primera de ellas es hipertensa y desde que empezó a ejercitarse en el lugar -hace unos 3 años- su salud mejoró. Ella complementa el trabajo con una alimentación más sana.
En cambio, Cedeño aspira a reducir medidas y adquirir más resistencia producto del esfuerzo que realiza cada noche.
Entrenadores foráneos
Los encargados de enseñar los pasos de baile y los ejercicios a las moradoras de la urbanización son el esmeraldeño José Vivero (25), en la mañana, y los esposos venezolanos María Gabriela Amaya (56) y Joel Rodríguez (51), en la noche.
El ecuatoriano lleva a la danza en la sangre, pues desde joven aprendió sus primeros pasos al ritmo de la marimba. A los 18 tomó la decisión de trasladarse a Guayaquil en busca de un mejor futuro, pero siempre pensando en que lo suyo eran las coreografías.
Laboró en un gimnasio y en una academia. Su primer grupo de alumnos estuvo integrado por 20 personas.
Es en el sur de Guayaquil donde conoce a Frank Guerrero, uno de los primeros instructores de La FAE, y quien le pide que lo reemplace en una ocasión porque tenía otro compromiso que cumplir.
Con el paso del tiempo, el profesor titular de este sector se marchó y José se quedó a cargo del grupo que lidera Carmen Salinas.
Vivero comenzó a perfeccionar sus pasos en diferentes escuelas de baile de la urbe. Incluso participó en un reality de un canal de televisión.
De acuerdo con José, la creación de las coreografías no es algo complejo, por cuanto se basan en 4 tiempos y 3 o 4 pasos.
No descarta seguir capacitándose e incluso estudiar Educación Física en una universidad.
De su parte, los esposos Rodríguez-Amaya tienen diferentes experiencias en torno a la práctica de los ejercicios. Ella y su cónyuge tampoco tienen títulos profesionales en esta rama, pero sí amplia experiencia.
A la edad de 30 años, ‘Gaby’ aprendió con un grupo de cubanos que llegó a su natal Valencia, en el estado de Carabobo, técnicas de fuerza, posiciones del cuerpo y similares.
“Enseño ejercicios funcionales, que son los que te involucran a dos o tres músculos al mismo tiempo y los localizados en los que se trabaja con un solo músculo. Mis clases son una combinación de ambos más cardio”, destaca.
Joel, en cambio, fue corredor de maratones en su país y tiene vastos conocimientos en distintos tipos de entrenamientos.
La presencia en La FAE de la pareja es gracias a la recomendación de un compatriota, quien les comentó que el profesor de la zona se había retirado.
“Nos contactamos con los miembros del Comité de la urbanización para que nos permitan dar clases y ya llevamos tres años aquí”, resalta María Gabriela.
Las bailarinas y gimnastas, tanto de la mañana como de la noche, no solo se esfuerzan en cada paso, sino que disfrutan intensamente de lo que hacen. Una buena salud, en algunos casos, les permite sonreírle a la vida. (I)
Fotografías: Atarazana Go!