Por Fausto Burgos Caputi
Sabemos que Jesucristo fue crucificado, pero ¿se han preguntado alguna vez lo que se sentiría en carne propia morir de esa manera? Además de ser una muerte denigrante, destinada solo a lo peor de la sociedad, los condenados tenían asegurada una lenta, cruel y dolorosa agonía. Seguramente la mayoría coincidiremos en que todos —hasta el sujeto más ruin y despreciable— seríamos capaces de dar nuestra vida por un ser amado. Y si fuese el caso de que un ser querido diera su vida por nosotros, ¿no nos sentiríamos conmovidos y agradecidos por siempre con esa persona por su sacrificio? Pues así es como debemos sentirnos con Jesús. Quizá la mejor manera de empezar a hacerlo es comprendiendo su muerte, conocer los detalles de cómo reaccionó fisiológicamente su cuerpo durante el proceso de su tortura en la cruz.Crucifixión (descripción médica)
Con los latigazos recibidos, Jesús pierde mucha sangre, lo cual provoca que el corazón se acelere y trate de bombear sangre que no hay, la presión sanguínea se reduce produciendo desmayos; los riñones dejan de producir orina en un intento por compensar la falta de líquido en el organismo, eso desencadena un shock hipovolémico, por eso Jesús se desploma rumbo al Gólgota. Al llegar, lo clavan a la cruz perforándole las muñecas con unos clavos de 17 centímetros que rompen el nervio mediano, lo que causa un intenso y punzante dolor; a continuación le atraviesan los pies, los nervios se rasgan y aquello se suma al ya insoportable dolor de las muñecas. Cuando levantan la cruz, la tensión disloca sus brazos instantáneamente. A partir de ahí empieza una lenta agonía por asfixia. Para poder inhalar aire, debe empujar su cuerpo hacia arriba, apoyándose en los pies; al hacerlo, el clavo desgarra el pie y se incrusta en los huesos tarsianos. Su espalda lacerada por los latigazos roza continuamente con la áspera madera de la cruz, lo que reabre incesantemente sus heridas. Al exhalar, el cuerpo se relaja brevemente y se deja caer a la posición inicial para tomar aire. Y el doloroso proceso se repite una y otra vez. Aquello duraba hasta que la persona quedaba exhausta y ya no podía empujarse hacia arriba para respirar. Jesús sufre una falla cardíaca, esto, unido con el shock hipovolémico, produce la acumulación de líquido alrededor del corazón y los pulmones. Ese líquido, acompañado de sangre, es lo que fluye cuando un soldado atraviesa un costado de su cuerpo con una lanza que perfora sus pulmones y su corazón… Jesús está muerto. Aquel suplicio duró seis interminables horas.Morir para vivir Ahora que conocemos los pormenores del tormento de la crucifixión, una muerte tan humillante y cruel como injusta —y que, sin embargo, Jesús aceptó someterse con valentía y mansedumbre—, ¿puede haber alguna duda de que su sacrificio fue el más grande acto de amor en la historia de la humanidad? Jesús ya se encargó de lo más difícil: padeció una muerte despiadada por todos nosotros, cargando el peso de nuestros pecados y perversidad. Ofrendó su vida. Ahora, ¿qué tal si lo dejas entrar en la tuya? Jesús es el camino, la verdad y la vida. (Juan 14:6)
Fuentes: Biblia Reina Valera 1960, Internet y YouTube.
Fotografías: Tomadas de Internet