Corría el año 1986 y varios amigos de Vicente Gómez lo exhortaban con insistencia para que vaya a “fregar” unas horas al Colegio Nacional Dr. Francisco Campos Coello, en La Atarazana.
Eran vecinos de su barrio que laboraban en el plantel y que le guardaban cariño por el don de gentes de este guayaquileño, quien en esa época tenía 35 años.
Entre ellos estaban Antonio Coba, que era el colector del establecimiento; y los educadores Estivaldo Mera y William Mejía.
Gómez estaba trabajando en un laboratorio químico en donde producían sustancias, como alcohol, yodo y otras. Pero no se sentía muy cómodo con el salario y el ambiente de inestabilidad que había en ese lugar.
Un joven conserje identificado como “Luchito” tomó la decisión de renunciar a su plaza de trabajo en el centro educativo y ello le abrió la puerta a Gómez.
Es así que el 16 de julio de ese año, Vicente ingresó a trabajar de manera oficial al colegio que, años después, se convertiría en su segundo hogar y donde conoció a millares de jóvenes de diferentes generaciones.
Aquí pasó los mejores momentos de su vida. Instantes que aún añora y recuerda como si los viviera nuevamente al momento de esta entrevista.
“Extraño al colegio y a mis muchachos. También a los profesores, inspectores y personal administrativo, con quienes hice una muy buena amistad. Llevo en mi corazón y en mi mente situaciones inolvidables”, manifestó Gómez con voz entrecortada y un inusual brillo en sus ojos.
El eterno conserje del Campos Coello tiene una extraordinaria memoria. Recuerda muchas historias y nombres, sin esfuerzo ni dudas.
Sus palabras y su actitud solo reflejan la sencillez de un hombre que lo dio todo por su trabajo; un ser que ayudó a muchos chicos que no tenían para comer en el recreo o para regresar a casa. Lo hizo a cambio de nada.
Por más de tres décadas, Vicente fue el responsable de mantener limpias las aulas de clase y que las bancas estén debidamente ubicadas en sus puestos.
Sin embargo, miles de estudiantes lo recordarán también por su trabajo al pie de la puerta de ingreso al plantel. Fue el encargado de atender y recibir a cuanta persona llegó a tocar el portón de metal para preguntar por un estudiante o un profesor.
“Atendía a todos los que llegaban a preguntar algo o por alguien. Respondía todas las inquietudes”.
La historia del apodo
“Magaña” o “Magañita” es el apelativo con el que llamaron los alumnos, profesores, inspectores y hasta padres de familia a Gómez, por varias décadas.
Incluso, todavía, cuando se encuentra con exestudiantes en la calle, lo saludan de esa manera.
Pero, ¿de dónde surgió esa palabra y qué significa?
Vicente explica que fue José Villa Aguilar, exrector del colegio, quien lo llamó así por primera vez.
“Él me decía: ‘Ven acá ‘Magañita’, anda compra esto, por favor’; y yo lo hacía sin problemas. Nunca le dije nada sobre el porqué me decía así”.
Pasaron varios meses hasta que la autoridad del plantel le comentó a Gómez que tiene un parecido impresionante con un amigo de él, quien vive en Cuba, y cuyo apellido es -precisamente- Magaña.
Así es como nació el legendario sobrenombre con el que se identifica al portero del colegio.
Una tarea pesada
Gómez iniciaba su jornada a las 04:30, de lunes a viernes, durante sus inicios en el Campos Coello.
A esa hora salía desde su domicilio, en el cantón Durán, y tras un largo recorrido llegaba antes de las seis de la mañana para arreglar las bancas y limpiar las aulas.
Regularmente tuvo a su cargo ocho salones de clase y otras instalaciones. Sus otros compañeros se encargaban del resto de las oficinas y aulas.
“Magaña” se cambió varias veces de domicilio, pero eso no modificó mucho su reloj biológico ni la hora de iniciar sus tareas.
Solidaridad y respeto
Vicente no sabe exactamente a cuántos estudiantes ayudó cuando no tenían para el pasaje de regreso a casa o para alimentarse en los recreos.
Solo tiene claro que “prestó” algunas monedas que jamás le devolvieron, sin embargo, asegura que nunca se peleó con nadie por eso.
“Muchísimos chicos me pidieron ayuda. No pude hacerlo con todos, pero sí fue una gran cantidad a los que di la mano”.
Gómez tampoco estuvo exento de encontrarse en el camino con estudiantes irrespetuosos. Le tocó lidiar con algunos que se excedieron en la confianza que les brindó.
“No hice más que decirle al rector para que interviniera y tomara las medidas que correspondían”.
La huelga que ganaron
En octubre de 2001 ocurrió un hecho sin precedentes en la historia del colegio.
Un grupo de estudiantes se tomó las instalaciones en rechazo al manejo administrativo del plantel.
Alumnos de diversas especialidades cerraron las puertas y se quedaron adentro como medida de presión, para que las autoridades educativas de la provincia intervengan.
“Fueron días difíciles y de tensión. Había también la versión de que el Gobierno quería las instalaciones para dárselas a otra dependencia estatal”, precisó Gómez.
Luego de 15 días y constantes conversaciones con los dirigentes estudiantiles, se dio el cambio de los administradores del Campos Coello y todo volvió a la normalidad.
Jubilado y en “cachuelos”
A inicios de 2018 fue la última vez que “Magañita” pisó las instalaciones de su querido colegio.
El 1 de febrero de ese año salió de vacaciones y el 15 de ese mismo mes se jubiló.
El paso de los años es evidente en su figura. Tiene el cabello blanco y camina con cierta dificultad.
Asegura que recibe una pensión digna y, gracias a ello, no atraviesa mayores problemas económicos.
Vive con sus hermanos y sobrinos, pero además tiene dos nietos.
En sus ratos de ocio se dedica a pintar domicilios, locales pequeños o realiza algunos trabajos de albañilería.
Durante la pandemia se confinó en su dormitorio. Cuando accedió a esta entrevista, ya se había puesto las dos dosis de la vacuna contra el covid-19.
“Magaña”, a pesar de su edad, goza de una buena salud y conserva algo de su fortaleza.
Hasta el final de este diálogo, Vicente demostró el trato cordial que caracteriza su personalidad.
“Siento una alegría enorme de acordarme de todo lo que pasé aquí en 31 años”, enfatizó con un sutil dejo de nostalgia y satisfacción.
Él espera que su paso por el establecimiento educativo no quede en el olvido y que todos los “camposinos” conozcan su historia, que lo ha convertido en la leyenda que hoy es. (I)
Fotografías: Atarazana Go!